Ocurrió hace más de 20 años. Édgar Hurtado Marín tenía siete hectáreas en las que había cultivado desde papa, yuca y plátano hasta coca con los que obtenía una buena renta que le permitía vivir mejor de lo que antes lo había hecho en la finca de su padre.
Sin embargo, tras la fumigación de su plantación ilegal, la tierra quedó muerta y Édgar no tuvo otra opción que empezar a trabajar en otras fincas de San Vicente de Caguán, en Caquetá, para poder sobrevivir.
Antes, este hombre de mediana estatura y piel tostada por el sol, había trabajado administrando un negocio en zona urbana de ese municipio. En medio de la violencia que sacudía a la región, amenazas por parte de la columna móvil Teófilo Forero de las Farc llegaron hasta este establecimiento –que recibió dos atentados en un corto periodo de tiempo aparte de las amenazas contra quienes ahí trabajaban– y lo obligaron a huir.
“Me dediqué solamente a vivir del trabajo en las fincas vecinas –recuerda Édgar–; le trabajaba a las demás personas. Así me conseguí una guadañadora, luego me hice un pequeño ahorro y así fui consiguiendo dinero hasta que tuve el capital para empezar a buscar mi propio sustento”.
Édgar Hurtado Marín trabaja en la finca de su padre, en zona rural de Florencia.
La vida le dio una oportunidad hace apenas 8 años, aunque para él no significara algo positivo, pues tras amenazas contra su padre se convirtió en el administrador de la finca en la que nació hace 40 años y encontró en el café la oportunidad de cultivar sin un cargo de conciencia.
“Lo de mi papá fue muy difícil –cuenta Édgar–. Imagínese, una persona a la que le costó tanto levantar su finca y tenerla preparada para su vejez y abandonarla”.
Édgar creció entre cafetales. Su padre fue colonizador del Sinaí, una pequeña vereda ubicada en zona rural de Florencia, capital de este departamento.
Aunque su padre pudo sostener a su familia gracias a las pequeñas plantaciones de café, a Édgar no le llamaron la atención sino hasta el 2011, cuando se hizo al frente de este lugar.
No obstante, a Édgar nunca le llamó la atención cultivar café, pues aunque es uno de los productos estrella del país, sus cultivos en esta zona del sur del país no tienen la fuerza necesaria para llevar un sustento útil a los caficultores.
De acuerdo con algunos cultivadores de la región, las fuentes hídricas, principalmente la cuenca del Amazonas, han permitido que el café cultivado en esta región le permita al grano gozar de un aroma y sabor exquisitos, sin embargo, ‘La puerta de oro de la Amazonía’ tiene algunos problemas como el clima, lo húmedo del terreno y la falta de infraestructura en este punto. Otro inconveniente que sacudió a esta región aislada entre selvas y montañas fue el conflicto armado.
Le doy gracias al proceso de paz; todo ha sido muy diferente y podemos cultivar y vender, pero lo que sí falta es más ayuda del Gobierno.
En el caso de muchos campesinos del Caquetá, durante la década del 90, varios optaron, así como Édgar, por abandonar sus cultivos de café para plantar coca. En esa década, se presume, los cultivos de café bajaron en más de 5.000 hectáreas.
“Llegó un momento en el que miraba que por más que estuviera mejor económicamente no tenía una tranquilidad –narra Édgar–; siempre había riesgo y se corría peligro, por eso decidí enfocarme de nuevo en el café, esperando correr con buena suerte”.
El café tiene altos y bajos constantes, lo cual ha tenido peso sobre los cultivadores de la región. Como Édgar, son 2.000 cultivadores identificados en la zona los que hoy luchan por sacar adelante sus plantaciones, por ahora muy pequeñas.
Un grano de esperanza
En el 2016, tras el acuerdo de paz firmado entre el Gobierno y las Farc, los cultivadores de la región se sintieron aliviados y confiaron en que ahora su café si podría llegar más lejos. Pero aún queda el rezago por cuenta del abandono estatal, lo cual les impide tener una mejor producción de café.
John Fernando Pedreros asegura que para llegar desde la vereda Sinaí hasta el mercado en Florencia puede tardar hasta cuatro horas caminando por los estrechos caminos de herradura llevando su producto a lomo de mula.
Atrás quedaron momentos de angustia, como aquel en que mientras regresaba de dejar su carga cruzó por un lugar donde hubo un enfrentamiento entre Ejército y guerrilla, y un disparo asustó a su caballo que lo arrojó a él sobre una cerca de alambres de púas. O la dificultad de cruzar caminos por amenazas de minas.
John Fernando Pedreros tuvo que sufrir la violencia del conflicto armado, pero se mantuvo en su terreno cultivando café.
No obstante, asegura que ahora los campesinos enfrentan la falta de apoyo en la zona, lo cual ha diluido la costumbre de trabajar la tierra.
“El Caquetá ha sido abandonado por el Gobierno –se lamenta John Fernando–. Nosotros mismos tenemos que arreglar la vía para que suba el carro, lo único que hemos tenido antes es el acompañamiento de la Federación Cafetera, tenemos la esperanza de mostrar al Caquetá como productor de café. Pero la gente ahora busca la ciudad y ya no quiere trabajar en el campo. ¿Qué será de aquí a 30 años?”.
La finca de John Fernando cuenta con dos hectáreas de café (la finca que más plantación tiene es de cuatro hectáreas) que se han transformado en el sustento de su esposa y sus dos hijos.
Pero la gente ahora busca la ciudad y ya no quiere trabajar en el campo. ¿Qué será de aquí a 30 años?
“Le doy gracias al proceso de paz –resalta John–; todo ha sido muy diferente y podemos cultivar y vender, pero lo que sí falta es más ayuda del Gobierno. Y que la gente sepa en la ciudad que nosotros cultivamos con amor y pasión para que no dejen de comprar nuestro producto”.
Julián Velásquez, promotor de desarrollo rural, hace parte de un grupo de 150 agrónomos que acompañan a 975 cultivadores de la zona. El experto señala que desde el 2017 se viene realizando un acompañamiento para dar diagnóstico de la zona a los campesinos y hallar solución a problemas como infraestructura y la generación de un producto óptimo.
Gracias a esta ayuda, cultivadores como Édgar y John han llegado a la conclusión de no dejar de apostar por el café pese a las dificultades que se puedan tener.
“El café es un medio que no te deja más de lo que se invierte –reconoce Édgar–; hay días en los que llegué a pensar en regresar a lo ilícito, pero me puse a examinar y aunque esto generaba ganancias, estaba destruyendo a otras personas sin saberlo. Yo lo trabajo para mi sustento y mi familia, no le hago daño a nadie, pero después de hacerlo les hacemos daño a muchas personas”.
Entusiasmado por saber la calidad del grano que produce, y la que se puede producir con mayor apoyo estatal, John Fernando asegura que la geografía del Caquetá y su diversidad le han brindado al grano de café virtudes que no otorgan otras zonas del país.
Resalta que son muchas familias las que le apuestan a esta oportunidad y que esperan una mejor respuesta por parte del Gobierno.
Mientras tanto, Édgar Hurtado dice sentirse feliz, pues aunque apostar por el café tiene sus dificultades, en la actualidad tiene la esperanza de contribuir al país y darles a sus cuatro hijos una mejor enseñanza.“Quiero vivir mi vida sin una conciencia que me acuse –asegura Édgar–. Ojalá mis hijos no se vayan a avergonzar de lo que hago, porque para mí es satisfactorio contar mi historia y que conozcan las adversidades con las que uno vive. Espero que la gente tome conciencia de invertir más en el campo, en los caficultores, invertir en la gente que genera paz, tranquilidad y sociedad”.
Caquetá: Esperanza de Colombia
Desde el 2004, la organización Nestlé Nespresso trabaja con ocho departamentos de Colombia, uno de los 13 países en los que tienen presencia, para acercarse a comunidades cafeteras del país que fueron afectadas por situaciones adversas para comprar el grano a los caficultores y así ayudar a su crecimiento.
El programa Triple A trabaja en la actualidad con 30.000 caficultores colombianos. Hace poco lanzó Esperanza de Colombia, una edición limitada producto de su trabajo con 975 cultivadores de Caquetá, donde trabajan evaluando cómo mejorar la producción de café para fortalecer los cultivos del grano en esta zona del país.
FUENTE: EL TIEMPO